Pronto Madre abrirá la puerta a la Policía
Por María José Bovi*
Incluso en la penúltima ecografía fui varón. Una mano entre las piernas daba nacimiento a una idea celeste en la cabeza de mis padres, mientras yo me burlaba desde un mundo líquido con un cuerpo pez. Hasta el último mes contado en el calendario de una pizzería que estaba pegado en la heladera fui una bola de pelos que el gato podría haber vomitado en el balcón, pero ellos me cantaron canciones de cuna y guardaron mis dientes, el pupo y mis primeros aritos. El problema de ellos fue pedirle a la Virgen de Catamarca sin pensar en el cansancio del otro que tenían. El problema fue de casa y no pienso volver.
Cuando me preguntaron en la entrevista del Banco a qué aspiraba y les dije no tengo aspiraciones, me mandaron a lista negra de los empleos y me convertí en paisana de ciudad. La diferencia es que no creo en ningún santo, aunque le pido cosas a un imán con una chica tocándose que sostiene las facturas impagas: que algo llegue pronto. Llegará el verano, eso sí, para que ordene este cuerpo ballena, para despedir al entrenador de orcas porque hay que recibir a la Madre que ya no está con el Padre y después al Padre que está con otra madre. Cuando me pellizca fuerte la cola antes de irse, sé que pronto recibiré el castigo por ser esto y no lo otro. No pensaré en él, pero sí en las piernas de mi vecino que cuelgan del balcón los domingos, en sus pies de taco aguja moviéndose. Quizás llore cuando Madre lo haga y la imite mientras ella desliza el rosario en su mano cada vez más rápido. Para llorar, recordaré el día en el que él se besó con ella frente a mis ojos. Presiono mis manos en la cruz y mi vecino empieza a gemir golpeando la pared con la cama. Aprieto fuerte para ponerme bien los clavos esta vez. El vecino saca algo de mí con un pene de tachas metálicas. Me come y me bebe. Dios aprueba esto. Me pide más y yo le abro mis piernas y le eyaculo los ríos que quiere beber. Madre me sacude el cuerpo y pide ayuda a los gritos. En viernes santo me lame los oídos con dame más dame más más dale más. Madre grita a Padre por teléfono. Está harta y dice que no aguantará hasta mi resurrección. Agito mi mano dentro de la calza hasta que me llama Moisés y soy río y mis pies se tensan en modo bailarina y golpeo la pared con la otra mano y somos tres moviendo esa cama ahora y rompiendo el mundo. Padre llega en medio de mi temblor, aleja mi alma del canto de las ninfas y abraza mi cuerpo de animal terrenal.
Es domingo cuando vuelvo. Resucitamos. Padre después de un largo abrazo me habla de lo difícil que es sostener la relación con Madre y que él sabe lo que yo siento, él era así de joven, dice, mientras da vuelta la molleja en la parrilla eléctrica de mi balcón. Tenés que tenerla contenta, sino demanda, Madre es así, me repite, y corta un pedazo de morcilla en la tabla de madera. Los chorizos que vende el de acá a la vuelta son buenos, caros, pero buenos, dice, hacé la ensalada, nena, dice. Yo no sé hablar con él, pero aprendí su receta de chimichurri y corto la cebolla como le gusta. Aceite de oliva y un poco de sal. En el tomate, lloro. Me cuesta respirar. No sé si estoy a salvo. Madre ha dejado un cartel en el azulejo de la cocina con marcador negro de pizarra: no te olvidés que este enchufe hace cortocircuito. También llenó de carteles los frascos de orina en donde guardo los alimentos pequeños: perejil, pasas, caldos, semillas. Yo escribo debajo de su firma: "tarea: buscar una nueva madre". Pienso que sería alta, rubia tono 7.1, sería rápida y vestiría de negro, odiaría la carne, las comidas que persisten en el aliento y no comería gluten. Padre me llama y yo lloro por este destierro maternal de madre llena de gracia. No importa, dice cuando vuelvo, algún día vas a aprender a preparar bien el chimichurri, dice. No odio a nadie más que a él. Bendita sea tu pureza, Madre, pienso, me doy cuenta que ya no puedo perdonar sus ofensas. Tocan la puerta y lo agarro de la camisa cuando se está yendo. Dejate de joder, nena, me dice. Volvió con sus rutinas. Es él. Aparece con los labios secos de vino tinto y se ha dormido con los ojos delineados en egipcio. Tiene ropa deportiva y zapatos altos. Tiene debajo de la camisa un collar negro ajustado. Huele a naftalina y café molido, a barniz y quitaesmalte. Pide agua porque se la cortaron y yo lo miro desde el balcón. Padre le dice cosas sin sentido y lo invita a comer asado. Camina hacia mí. En el beso me agarra el rostro con sus dos manos y pasa su lengua áspera por mi cachete. Suelta una cinta negra en mi muslo cuando nos sentamos en la mesa. Yo me ato y él me estrangula con el cuero firme. Huele a flores. Ellos se ríen con olor a chorizo y papa con huevo. Se ríen fuerte y yo recibo trescientos latigazos. Ajusta más y tiro el chimichurri al piso cuando canto. Él me domestica y Él me da de comer. Papá va a traer el trapo y Él me indaga la entrepierna con dos dedos de torres de ajedrez. Lo agarro a Padre fuerte de la mano y le pido perdón por todos los pecados. Él con su cigarrillo me marca suya. Canto fuerte: Perdóname, Señor. Y ellos se besan de nuevo frente a mí mientras muero. Le pido al camillero que hagamos el amor en el baño de la habitación 203 que hoy la desocuparon mientras me sujeta fuerte los muslos. Me sube y me baja por la pared pidiendo que no nos encuentren porque lo echan y yo miro ese techo roto de humedad mientras ellos se besan frente a mí. Le pido al médico que hagamos el amor en esta cama que nadie vendrá a verme ya y me quiere suya, me quiere para siempre suya, no me va a dar el alta, dice, me quiere sucia. Es el beso de la enfermera nueva me conquista y le levanto la pollera y la conquisto con la puerta de la habitación abierta mientras se besan frente a mí. Le tomo más fuerte la mano a Padre y él se levanta en mi mirada rota y corre todo de la mesa desesperado y Él se va y me pellizca. Padre grita mi nombre tres veces. Madre mía, si vacilo en mis buenas decisiones, fortaléceme, le digo a Él mientras la besa. Padre me sacude en gritos que son para Madre. En el balcón de abajo los dedos tornasol de ella aparecen. Padre intenta la pascua conmigo, pero las piernas lobo también están abajo y ahora la domestican a ella delante mío. Padre llora, mientras veo la crucifixión de ese cuerpo delfín. Padre perdónalos, no saben lo que hacen, le digo, mientras ellos se besan y me miran a los ojos los tres.
*Estudiante avanzada de la carrera de Letras en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Tucumán, donde también integra la cátedra de Taller Literario y el Departamento de Publicaciones. Es editora y cofundadora en los sellos independientes Monoambiente Editorial y Dúplex Casa Editora. Desde el 2018, es parte del proyecto PIUNT "Teatralidades para la memoria". Investiga sobre maternidad y cuerpos en la literatura latinoamericana contemporánea escrita por mujeres y disidencias. Además, dicta talleres de escritura narrativa desde el año 2020. Publicó su novela Dinosaurios (Monoambiente Editorial, 2016) y cuentos en distintas antologías. Es jujeña, pero reside en Tucumán desde el año 2013.
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