Obsesión de vivir, José Sbarra
PLEGARIA DE ALEANA
Padre nuestro te odio por la desgracia gratuitamente
recibida.
Te odio porque son injustos los daños que me infieres. Te
odio porque no me defendiste cuando me aplastaron la
inocencia.
Te odio por no haberme enviado, como a las otras niñas,
un ángel hermoso y bueno para que reprochara
dulcemente mis errores y después con un beso me
perdonase. Te odio por haberme obligado a cargar con
una conciencia adulta durante mi tiempo de figuritas y
muñecas.
Te odio porque no me permitiste quererte. Te odio
por haber dejado que me marcara a fuego la
brutalidad en una edad en la cual sólo Tú podías
protegerme.
Te odio y te lo digo ahora, en este momento de perfecta
lucidez, para que, cuando el dolor agudo me clave las
uñas y yo implore tu misericordia, no te engañes.
Aunque te ruegue y te llame a gritos en el dolor, no te
regocijes. En el fondo tendré siempre la certeza de
estar habiéndole al viento.
Guando acuda a Ti y prometa quererte o adorarte, estaré
mintiendo.
Sé que voy a acudir y que te voy a hacer promesas,
porque conozco mi exigua resistencia; pero en mi interior
conservaré la plena certeza de que eres una yerma
montaña sin eco.
Te odio porque he padecido tanto que ya no puedo temer
la crueldad del infierno ni puedo esperar nada del cielo
estéril.
Te odio y te lo digo ahora, porque ya no puedes hacerme
más daño. El horror conocido superó al posible horror de
lo que todavía ignoro.
Te odio porque has abandonado tus antiguas tareas para
dedicarte enteramente a la más espantosa: la de verdugo.
Te odio porque te reconozco en cada muerte inútil y en la
injustificabilidad de la muerte en sí.
Te odio porque te guardaste el amor y en mí sólo descargas tu ira.
Te odio tanto que cuando tengo accesos de fe no clausuro
mi ateísmo para no darte el gusto.
El lamento de los sobrevivientes
"Esta es la verdad que nos parece, sin embargo,
el error, pero que es cierta justamente porque
sucede que es el error. En cuanto a la prueba, no soy yo, sino la historia,
cuando termine, la que la proporcionará". Hegel
I
Esta tristeza que nos llega con la tarde ya es moneda
corriente, viene desde lejos (quizás desde nuestra
infancia) a recordarnos que somos los elegidos para
quienes fue reservado el dolor de las horas. ¿Qué
haremos con los inviernos que restan? Con nuestra piel
arrugada y los ojos vidriosos, con las lágrimas que
rodarán por las solapas gastadas, con el frío de la vida
que se alarga como las sombras de la tarde. ¿Qué
haremos que no sea parir dolor? ¿Engendrar monstruos
perseguidores de nuestra propia hipocresía? ¿Qué
haremos con estas vigilias interminables e infecundas,
con nuestros sueños hartos de derrotas? ¿Qué haremos
con los hijos que no tuvimos? ¿A dónde iremos a dar con
nuestra sangre sucia? ¿Habrá algún sitio para los
solitarios, para los que no compusimos sinfonías, para
los que no supimos hacer estallar en colores nuestra
tristeza?
Para los que no hicimos concesiones, para los empecinados, para los que
pretendimos el todo, la libertad absoluta y nos quedamos con el ardor de la
nada. ¿Habrá piedad para los que jugamos a cara o ceca y perdimos?
¿A dónde iremos los que olvidamos sonreír en el momento necesario; los que no supimos retroceder
cuando retroceder significaba avanzar? ¿Dónde
acabaremos los que nuca fuimos inocentes? ¿Quién
se apiadará de los desesperanzados cuando todo
haya concluido y hoy mismo y esta misma tarde y en
este tedioso instante quien golpeará la puerta para
traer algo que no sea indiferencia, desprecio por nosotros, asco de nuestras caras o la boleta del gas? ¿En qué infierno acabaremos los equivocados, los que no fuimos genios, los que no fuimos dioses, los que sobrevivimos de prestado, que conocimos la luz y nos detuvimos a jugar con las sombras? ¿Qué será de los vencidos ilesos? ¿Qué será de los fracasados, de los que no recibimos una bofetada a tiempo o la tuvimos, pero nadie se acercó a consolarnos? ¿Habrá un sol, una playa, un mar, un cielo nuevo para los desertores del rebaño que nos estrellamos las narices contra las piedras, pero no nos atrevimos a regresar? ¿Qué será de los que lloramos a escondidas? ¿Habrá algún premio para los que quisimos volar más alto y no triunfamos? (pero nos defendimos a gritos cuando dijeron que era soberbia). ¿Viviremos mucho tiempo más intercambiando caretas con nuestros fantasmas? ¿Habrá piedad para los que escuchamos a todos y no entendimos a nadie; para los que la soledad no nos dio un jaque de muerte ni el amor nos dio un golpe de vida? ¿Qué haremos con este silencio insultante, con los espejos injuriosos? ¿Y qué haremos con los soles nuevos? ¿Continuaremos interponiendo las persianas atávicas? ¿Habrá ternura para los desarraigados, para quienes el futuro es una palabra sin sentido, para los que descubrieron con espanto que el amor es lo mejor pero no alcanza? ¿Quién nos mirará con ojos que no sean de misericordia o benevolencia? ¿Qué haremos con nuestros amaneceres abúlicos? ¿No cesaremos nunca de dejarnos caer de la cama, de quedarnos acostados en el piso, enredados aún en las sábanas, mirando puntos en el techo, recitando poemas atribulados, cantando sambas tristes como "la añera"? ¿Seguiremos asomándonos a la ventana, contando personas de a dos en dos, mirando paraguas los días de lluvia? ¿Hasta cuándo viviremos parapetados en los rincones oscuros, con la soledad como una enfermedad contagiosa? ¿Hasta cuándo nos aferraremos a las tinieblas como arañas?
¿Habrá algún sitio para los que no fuimos escuchados,
para los que no supimos gritar, para los que no tuvimos
la respuesta del eco en la montaña de los hombres? ¿A
qué sitio iremos a dar con nuestros pocos dientes y
nuestros pocos pelos que no sea de podredumbre y
silencio? Tanta sangre enloquecida y caliente, tantos
sueños, tanto pudor innecesario, tanto error y después
tanto arrepentimiento para ser cenizas, barro inútil,
cauces desolados, ahítos de piedras y de olvido. (¿O
tendrá mejores matices la muerte de los muertos?)
Tantos deseos de partir, de abandonar esta casa, de
dejar esta suerte, de dejarse a uno mismo...
¿Cuándo gritaremos ese ¡ahora!, ¡ahora!, ¡ahora! hasta que se descuelguen
los retratos de todos los museos, hasta derribar esta casa, hasta sepultar
nuestros espectros, hasta apostatar de este despiadado ocultamiento?
¡Cuántas palabras más encerradas que nosotros mismos! cuántas caricias
puras dentro de la piel, cuantos sonidos de amor en silencio, (cómo ensucia al
sentimiento el acto) cuanto daño padecido (cómo defrauda a la intención el
gesto) y cuanto nos queda por padecer todavía. ¿Cómo recuperaremos el
tiempo que se nos fue esperando?
¿Cómo responderemos ahora a todo aquello que no respondimos? ¿Qué
ilusión podrá resistir a nuestro cansancio? ¿Qué respuestas encontraremos en
las paredes? ¿Qué plegaria rezar que no contenga mentiras? ¿Qué sueño
soñaremos os que nos nutrimos de letargos? ¿Qué canción entonaremos que
no evoque los deseos irrealizables, los intentos fútiles? ¿Ante qué Dios nos
arrodillaremos los que no aprendimos a rendir pleitesía? ¿Hasta cuándo
soportaremos los relojes que marcan y fustigan los rostros, las horas de mármol
y acero? Los sobrevivientes estamos condenados a respirar entre los muertos,
a tocarlos con nuestras sombras innocuas. En esta casa muda ¿qué móvil
existirá que nos des-pierte? Ya acostumbrados a esperar el porvenir y siempre
desesperando en cada instante. Apoyados en los alféizares, con los ojos
irritados, con las manos mortecinas, mirando octubres o eneros en la calle. Y
los jóvenes, la belleza, los niños, los frutos, el amor afuera... ¿De qué simiente
surgimos los infinitamente deshabitados? ¿Qué oráculo inexorable predijo
nuestro desierto? ¿En qué juego de la infancia apostamos la inocencia? ¿En qué rayuela perdimos la esperanza y en que escondida aprendimos a sufrir? Para
los sobrevivientes no hay presencia concreta que sirva de compañía, apenas y
a veces hay estériles vanaglorias de arte a simulaciones de locura envasable y
vendible. El triunfo nos destruye (quizás la verdad en estado puro se halle
únicamente en la desolación y el fracaso).
Un sobreviviente para otro es siempre un espejismo.
El autor: Fue maestro normal, periodista, escritor y guionista de televisión. Publicó varios libros infantiles y juveniles. Después llegaron sus obras más oscuras: Obsesión de vivir, Marc, la sucia rata y Plástico cruel. Falleció el 23 de agosto de 1996, tras padecer HIV. «He hecho de todo. He vivido prácticamente de prostituto, fui prostituto de hombre y mujeres hasta los 25 años y no tengo una verga de dos metros ni mucho menos y sin embargo he competido con tipos "súper" que hasta traían modelos de los Estados Unidos. Lo que pasa es que yo en aquella época hacía tarifas especiales, servicios especiales: yo pegaba, meaba, hacía sadismo, pero hacía todo eso porque era escritor. ¿Qué puedo hacer si soy escritor?».
Los dos textos fueron extraídos de la Obsesión de vivir (1975).