Entre
Por Marcos Escobar*
Ya hay sangre que salta a chorros de mis uñas cuando el dedo más largo que me queda choca contra algo apenas más duro que las piedras en las que estoy escarbando. Ya han pasado días, años, ha pasado tiempo y eso es suficiente. Ha pasado una mujer diciéndome "mamá siempre está para vos", mi abuela ha tratado de darme la merienda, el tío Euloquio me prometió que me va a enseñar a manejar la Ford vieja si dejo de escarbar. He envejecido, me he arrugado y creo que he visto morir a una de mis hijas. Una persona se ha quedado conmigo, se ha ido y ha vuelto muchas veces para tratar de separarme de la tierra húmeda en la que estoy apoyando mis rodillas. Una persona intentó que funcione, me ha dado oportunidades que nunca he pedido, que no merezco. No puedo dejar de arrastrarme por este barro porque vengo de él.
![Ilustración: Adams Carvalho](https://11ce07090b.cbaul-cdnwnd.com/6d274fd4a7b01afab05591ef532520f9/200000275-795677956a/adams-carvalho4.jpg?ph=11ce07090b)
Mi jefe me ha ofrecido un ascenso, el viejo me ha ofrecido un sueño, creo que mi abuelo jamás prendió una hornalla, mi mano es carne que cuelga. No puedo ver mis propios ojos, pero siento cómo brillan con esa codicia de las novelas mal traducidas que me gustaba leer, donde la sonrisas eran con sorna y la tristeza se notaba en la mirada melancólica del hombre a punto de tomar una decisión ardua; como cuando caminar era deambular y la mirada la de quien conoce un destino heroico, intenso, incendiado; cuando todo duraba lo que dura un texto.
Desde que caí de las piernas, hundo mis muñones limados en las piedras del suelo.
No hay inicio, siempre en la tierra, escarbar. ¿Valió la pena mutilarme? ¿los gritos en el campo, los asesinatos, las veces que miré desde un balcón con un deseo más grande que la simple gravedad? ¿valió haberme cagado en todo para esto que ahora tengo en la carne mostrada de mi palma mientras me relamo como víbora entre el pasto con la panza en el barro? ¿Sirvió verlos morir uno por uno? ¿Haberme olvidado si lo importante era lo de adentro o el envase, si era esto a lo que he dedicado mi vida, o habrá sido siempre la tierra?
He pasado varios días en la misma, llorando. No es fácil, en esta rutina, encontrar una hora, diez minutos, para sentarme y contemplar. Pero, acá estoy, concentrada en cada lágrima, esculpiendo cada gota con el párpado. Siento mi brazo largo, un brazo que mide más de lo que estoy acostumbrada. Se prolonga hacia mi mano limada por el uso. Se prolonga a través de otra mano, que tiene también un brazo, un hombro delineado, con una redondela pequeña en la parte de arriba. La miro, con las pupilas temblando, parada, agarrada a mí, decidiendo entre saltarle encima, arrancarle la ropa y buscar su beso, acariciarla, lamerla como un gato toma agua del piso, coger hasta que nos desmaye el agotamiento, estrangularla hasta que los ojos giren hacia atrás, morderla, escarbarla como al barro sobre el que estamos paradas.
Nos miramos, frente a la boca de una caverna donde se escucha una cascada corriendo. Afuera hay un valle con el sol en el ángulo justo para relamernos en detalles aleatorios de un lago aguamarina de bordes marcados por las sombras de los cerros y un bosque con bolitas que brillan a un costado.
Endulzadas por tanto, solamente logramos, a veces, mirar la cara de la otra iluminada por una luz sólida que destaca nuestros pelos, los declives de nuestros gestos y cada intervalo de la piel. Unas líneas delgadas van por el costado de la boca hasta la nariz, la del lado derecho se abre como una manito en la punta que termina hacia arriba. A sus pecas, la falta de sol las han dejado sin combustible y se difuminan. Cada detalle choca fuertemente con lo inescrutable y liso del objeto que tenemos en frente y que no hemos dejado de mirar. Creo que también tiene manos, porque las veces que he logrado dejar de verla, mi cabeza gira como si unas pinzas estuviesen tirando de mi nariz.
Parpadea lento, aprendiendo el recorrido que hacen sus nervios para llegar a su destino y logra ver el resto del espacio sucio, no de abandono, si no de exceso de uso.
Nos agarramos las manos de nuevo y recordamos el valle idílico que nos espera cerca y, aunque no la conozco, nos imagino con mallas enterizas cubriendo nuestros cuerpitos, una tía untándonos protector, amiguitas con quien reír y contarnos secretos en piquitos. Pienso en todo lo que hay por fuera de este objeto y de este espacio escrito en el que estamos y tiemblo. Son cosquillas en la cabeza, ducha fría al borde de la pileta que el guardavidas demanda antes de poder tirarse a competir clavados.
Violeta, me dice, ¿salimos? Y vuelvo a sentir su mano agarrada a lo que queda de la mía. Creo que este es el inicio de una hermosa amistad, me dice mientras salimos de los espacios en blanco y del objeto, del olvido, de la mirada fija. La escucho, una película en blanco y negro, las cosquillas de nuevo, pero ya no es por el agua fría, es un mundo entero donde además de ducharse antes de entrar a la pileta, hay sanguchitos, películas, está el cine, ella y otra gente que puede haber sido más que solo un recuerdo. ¿La gente sin cara es mi familia? ¿Soy yo la tía del protector? Ella me ayuda a caminar.
Extrañamos ya al objeto. Las cositas como espinas chiquitas que aparecían cada tanto y bailaban antes de volver a desaparecer. El objeto vuelve a su contorno perfecto. Ambas sospechamos que la función del objeto no es el olvido. Creo que lo que fui antes solo está dentro de su cabeza, en su cerebro, al alcance, como el barro. Mientras ella repite "creo que este es el inicio de una hermosa amistad" yo me contengo de escarbarla.
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*San Miguel de Tucumán. Editor en Monoambiente Editorial y Dúplex Casa Editorial. Rata de call center. Estudiante. Duerme 4 horas por día.
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