Conocer mi cuerpo desde las manos de la partera
Por Lourdes Melissa Chable Chi*
La partería tradicional en México ha recobrado importancia en los últimos años a nivel global. Podemos asociar este hecho, en principio, a dos motivos: por un lado, diversos actores, entre ellos la academia, las organizaciones de la sociedad civil y los movimientos feministas, comenzaron a cuestionar la deslegitimación social de esta práctica generalmente calificada como "antigua", "sucia", "peligrosa", "anti-higiénica", y "superada" por el conocimiento biomédico o científico. Por otro lado, su reciente valoración se relaciona con el auge de los nacimientos en casa y el reconocimiento de la medicina tradicional.
Mi interés personal por las parteras se vincula con una preocupación de género que inclina mi curiosidad hacia los conocimientos y la admirable labor de las mujeres de comunidades rurales. Las siguientes líneas se desprenden de mi trabajo de campo y, en tanto relato, son un modo de compartir con ustedes la forma en la que ellas viven y entienden el mundo.
En los poblados cercanos a la ciudad de Xalapa son pocas las parteras tradicionales. Para llegar a ellas bastó en mi caso con preguntar por la partera del pueblo en alguna tienda o a algún vecino: rápidamente me daban su nombre. Esto me llevaba a pensar que ellas eran figuras de autoridad. La mayoría de las parteras son de edades avanzadas, padecen múltiples enfermedades crónicas (como diabetes, osteoporosis, artritis) y viven en condiciones de mucha pobreza. ¿No es una paradoja que las parteras que han cuidado durante toda su vida la salud de otrxs (mujeres, niños y hombres de sus pueblos y sus propias familias) en su vejez no gocen de buena salud?
A pesar de los bastos conocimientos en medicina tradicional que poseen las parteras (herbolaria, atención de males menores como infecciones, fiebres y diarreas que se presentan especialmente en los infantes), en la mayoría de los casos, no cuentan con aprendices debido a la falta de mujeres jóvenes que se interesen en aprender esta práctica, quizá a causa de su deslegitimación: "la labor de la partera es considerada una práctica sucia porque tienes que ensuciarte las manos con sangre" me decía Doña Leoniza, una partera de Chiltoyac, Veracruz.
Doña Lúcida, una partera maya de Quintana Roo
Doña Lúcida es una fiel creyente católica que, como muchas otras parteras, reza y encomienda a Dios su labor al tiempo que recurre a remedios para curar el mal de ojo, el mal de espanto y las envidias.
Fuera de su casa, en el fondo y un poco escondido, se encuentra un altar. Cuando lo conocí, me pareció que ese sitio era perfecto para sentarse a platicar mientras se contempla la calle del pueblo, porque a pesar de estar a la vista, seguía siendo un sitio privado, reservado para las personas de confianza. El mismo es de un piso y está dividido en dos partes. La parte superior está conformada por una pared y un techo adornados. En la pared se observan tres pliegos de papel brilloso (de colores verdes, plateado y rojo) que rodean una estampa de la virgen de Guadalupe con un encabezado que dice "Reyna de México" [sic]. Del techo cuelgan adornos de los mismos colores, y dos grandes flores hechas de papel blanco. En cambio, la parte inferior cuenta con una mesa de madera, muy larga, cubierta por dos manteles. Uno de plástico naranja, y otro encima de él, de color blanco con un bordado de flores en la parte inferior. Sobre la mesa hay una gran cantidad de Santos. Me llama la atención una estatua del Divino Niño pintado de azul que sostiene una paloma, en cuya mano le han dejado un collar de cruz. En frente de él hay una cruz de color azul, vestida con un hipil blanco que representa la identidad de los mayas, de ella también cuelgan tres rosarios. También tres vírgenes de Guadalupe cercanas entre sí, frente a ellas "el nacimiento": María y José, el arcángel observando al niño Jesús recién nacido, rodeado de un buey y un caballo. Hacia el lado izquierdo se encuentran los reyes magos. Alrededor del altar hay varias flores sintéticas. En el centro, un gran ramo de albahaca fresca. A un lado, un vaso de vidrio que contiene agua y la yema de un huevo. Junto a la cruz del hipil, una bolsa de plástico con dos huevos sin romper. También hay vasos de veladoras sin velas, y una campanilla de mano color bronce.
La segunda visita. Mi experiencia corporal
En una ocasión, en un pueblo de Quintana Roo, fui a visitar a una partera para entrevistarla. Cuando me adentré a la colonia con mi bicicleta, empecé a sentir que me alejaba de la mancha urbana. Aunque las calles principales estaban pavimentadas, habían otras que sólo tenían sascab o tierra blanca. Los comercios poco a poco empezaban a desaparecer.
Las colonias de la periferia se caracterizan por la existencia de pequeñas casas rodeadas de amplios patios normalmente cubiertos por árboles frutales o plantas medianas.Así, mientras uno se va alejando del centro de la ciudad, las casas hechas de cemento van disminuyendo, empiezan a aparecer casas construidas de madera al estilo chabolas o palapas.
La casa de la partera estaba justo al final de la colonia, pero como me había desorientado opté por preguntar en una carnicería por doña Luciana, la partera. El vendedor reaccionó rápidamente y me explicó donde encontrarla.
Llegué a una tienda pintada de blanco y azul con un cartel de letras plateadas que decía "tendenjón". Parecía más bien una instancia de gobierno (contaba con algunos logos, entre ellos: "mujeres emprendedoras" "secretaría de salud" e "Instituto Nemosine"). Cuando entré, observé varios anaqueles con productos básicos como bolsitas de frijol, canastillas de huevo, bolsas de arroz, paquetes de sabritas, paquetes de galletas, chocomilk y cartones de leche. Todo distribuído en pequeñas porciones.
"Veía muy sorprendida a la partera hacer su trabajo, me preguntaba ¿de dónde sacaba tanta fuerza? Su presencia era imponente. Ella se transformó de ser una mujer de mucha edad que inspiraba ternura, a un ser que transmitía firmeza, concentración y fuerza".
Muchos del pueblo me habían recomendado que fuera con una partera para que me acomodara el útero. Esto es una práctica habitual en la mayoría de las mujeres, ya sean jóvenes o mayores, tengan o no hijos . Se recomienda para incrementar la fertilidad, pero también como una práctica de cuidado del corporal. La partera me dijo que era necesario "acomodar" el útero cuando una sufría caídas, cargaba cosas pesadas o después de parir.
Un poco incrédula, dudé (como buena mujer de ciencia, citadina, y urbanita promedio acostumbrada a la revisiones de rutina del psicólogo) pero tenía esperanza de encontrarme con mi propio cuerpo en este proceso.
Después de la plática con doña Lúcida en su tienda, pasé al siguiente cuarto. El mismo estaba oscuro (sus luces estaban apagadas), carecía de muebles, en sus paredes colgaban varias hamacas enrolladas y era dividido por una cortina roja que pendía de una soga. Los espacios cada vez se hacían más obscuros y privados y eso me generaba un sentido de adentramiento. Ahora solo estábamos yo con mi cuerpo y la partera.
En el espacio, iluminado tímidamente por unas velas, podía distinguirse un altar, ubicado en la esquina superior. En él se encontraba una estatua mediana del "Divino Niño" (con su traje rosa, las manos extendidas, y la mirada al cielo), un San Judas Tadeo, veladoras y flores sintéticas. La obscuridad y las imágenes religiosas le daban cierto misticismo al lugar.
La partera sacó un tapete, lo extendió en el piso y me pidió que me recostara boca arriba. Ella se sentó en un banquito de madera y empezó a untarse las manos con un aceite comercial para masajes. Mientras platicabamos, palpó mi vientre, sus manos se sentían calientes, firmes, gruesas y con mucha fuerza. Mi emoción se transformó en miedo a medida que el dolor aumentaba: sus manos masajeaban mi vientre y todo su peso parecía caer sobre mí. Cuando sentí que no aguantaba más, su masaje se volvió más fuerte y firme en mi lado izquierdo. Comencé a quejarme, inclusó pensé en dar por terminado el proceso, pero ella me dijo que exhalara, que era normal que doliera porque "se estaba acomodando mi matriz".
El masaje continúo por todo el cuerpo y me pidió que me pusiera de lado. Yo sudaba. Ella se untó más aceite en las manos y masajeo mi cuello, cintura, nalgas y piernas. A pesar de que el masaje ahora se sentía bastante bien, yo estaba un tanto incómoda porque hacía calor y mi sudor se mezclaba con el aceite que la partera tenía en sus manos.
Veía muy sorprendida a la partera hacer su trabajo, me preguntaba ¿de dónde sacaba tanta fuerza? Su presencia era imponente. Ella se transformó de ser una mujer de mucha edad que inspiraba ternura, a un ser que transmitía firmeza, concentración y fuerza.
Mientras hacía su trabajo, la llamaban los niños, ella no les hacía caso. De repente, una voz masculina preguntó si tenía agua. Ella salió a dársela, regresó y me puso una almohadilla debajo de la cadera, luego me pidió que abriera las piernas y que las colocara en posición para parir. Entonces con la puntas de sus dedos presionó el lado izquierdo de mi vientre, apretó, como si pellizcara. Me dolía mucho y yo pensaba ¿cómo alguien puede sentir el aparato reproductor femenino desde los masajes y a través de sus manos?
Me dolía mucho y yo pensaba, ¿cómo alguien puede sentir el aparato reproductor femenino desde los masajes y a través de sus manos?
El masaje tuvo una duración de aproximadamente diez a quince minutos. Aunque me sentí bien, experimenté el miedo y la duda. Pensé que iba a quedar llena de moretones. Cuando regresé a mi casa me recosté dos horas, todo mi cuerpo comenzó a enfriarse, pero mi matriz continúo caliente por al menos tres horas. Me palpé el vientre, y por primera vez, sentí la presencia de mi matriz a partir del calor que irradiaba. Me vi al espejo y noté cómo la figura de mi vientre había cambiado, se veía más simétrico.
En mi viaje, desde los caminos soleados con la bicicleta, pasando por aquél cuarto donde me propiciaron el masaje, hasta la plena atención al intersticio más sagrado de mi cuerpo, comprendí un rizoma que me llevó a mi interior, cada vez más obscuro, cada vez más íntimo. Según Bachelard en su texto sobre la "poética de los espacios" hay lugares que son un eco del pasado, donde las imágenes se vuelven poéticas, nos indican.
*Sobre la autora:
Lourdes Melissa Chable Chi nacida en Chetumal, Quintana Roo (Méxicco), es socióloga y antropóloga social. Inicia su viaje de conocimiento a la partería tradicional desde los primeros años de licenciatura, y realiza más de treinta entrevistas a parteras tradicionales de Veracruz con el fin de revalorar esta tradición. Para continuar con su pasión sobre la partería y reconectar con su identidad yucateca realiza trabajo de campo durante seis meses en el 2019 en Quintana Roo.